Pude sentir tu voz desde lejos, tenía taninos graves y cadenciosos que
hacían adictivo su eco, y por lo tanto no dudé en reverberar su tacto para raptarlo
en mi memoria.
Partí rápido a buscarte.
Como creo poco en la casualidad me senté en un café que me fuera habitual.
Un submarino en el Subterráneo para pasar el frío de la neblina, punto y
aparte. Terminé de leer algo que no me distrajo demasiado, así que me largué a
caminar por las calles, que como rareza del menú, estaban extrañamente vacías.
¡Desfile pensé! Se veían vallas papales puestas en las veredas, y un nudo
policial de vehículos cerrando la plaza Aníbal Pinto, así que contrario a mi
instinto, subí para encontrar el mar.
Estaba sentado sobre el tobogán del Ascensor Reina Victoria, dominaba los
colores opacos de los cerros y la neblina me había empapado de algo bueno. No era necesaria la prisa. Subí al
tobogán y caí.
¿Dónde llegué?
Estaba rodeado de
una espesa hierba que escondía susurros. Supuse que permanecía en los cerros
porque la caída había sido tenue y sin vértigo. Podía continuar deseando un
nuevo y mejor mareo, y de improviso me tropecé con una mirada igual a la mía.
¿Conoces la salida acaso? Me dijo muy tranquilo y sin exaltarse. Se veía
como si hubiesen sido los colores de mi espejo animados a seguirme.
¡De ninguna forma!
¿Y cómo pretendes llegar a ella? ¿Cómo vas a
recobrar la voz?
No tenía sentido explicar porque pasé rápido por un chocolate blanco al Color Café, ni cómo comencé a leer las dedicatorias y recuerdos escritos en la
pared hasta perderme en uno mío. También tenía mis colores pero no tenía
ansiedad ni ganas de buscar nada, sólo era una sonrisa dibujada en el tacto,
una nota grave y cadenciosa que se volvía eco, y un espejo sentado tomando
chocolate blanco frente a ella.
Estaba
vibrando en tu voz.