jueves, 14 de enero de 2010

Despierto

En realidad no corresponde acusar recibo de alguna insinuación de retomar las cosas. Mi lengua digiere mucho tiempo los vaivenes melancólicos hasta resolver que las consecuencias prácticamente no existen, y a partir de ello, incluso el cambio es estéril.

Pensé en galopar hacia otro papiro virtual donde acumular ecos, pero resolví por no querer borrar nada con el codo: ¡Este es mi lugar!



El cabello más delgado de un pincel cae.
La caída es estrepitosa y de su ligera contextura brota un líquido indescifrable.

Se hace una grieta en el lugar del piso que es azotado por su caída; Y una onda expansiva eriza a lo lejos la bandada de cabellos que se afirma con toda sus fuerzas del instrumento que los sujeta y da sentido.

El cabello más delgado dejó muda la habitación completa.
No podría atreverme a mirarlo ni imaginar que pasaría si el viento soplara a ras de piso, ¡tan abajo como para cambiarlo todo!

Puede pintarse un nuevo lienzo con los cabellos que no aceptan extrañarlo;
Puede remitirse la angustia a un trauma que el mismo silencio esconda.
Puede comenzar la obra de tu vida sin ti.
Puede, a pesar de todo que la caída no importe, que sea un disfraz de los métodos del pulso para hacer brotar un latido desde el otro extremo.

Puede que hallarse en otro lado convierta en especial al que dejo de estar.
Pero si es que la caída, el golpe, el silencio y todo lo que viene después no despojo al exiliado del color que lo hacía ser donde fue, no dejará de serlo.
Al fin y al cabo: que cayese estuvo mal.